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Mi temporada favorita es cuando podemos observar a las ballenas

Amy Knight, Climate Change and Social Impact Scientist. UCSD

 Algunas personas se emocionan con las calabazas y cuando empezamos a usar suéteres. Otros esperan con ansias las noches de diciembre en el Parque Balboa. Pero cuando yo siento lo fresco en la brisa que nos recuerda que el invierno está a la vuelta de la esquina, en todo lo que yo pienso es que “las ballenas ya vienen”. El otoño y el invierno tienen su lugar especial en mi calendario, pero la época de observar ballenas es mi favorita.

Estoy convencida de que mi deseo de comunicarme con los mamíferos marinos viene de una vivencia de mi niñez en un acuario. Después de jugar en un conjunto de estatuas de aletas dorsales colocadas en el piso de observación, me caí y comencé a llorar. Una orca nadó rápidamente, atravesando el estanque hacia mis llantos. Ella presionó su nariz  en el vidrio y todo lo que recuerdo fue su sentimiento de preocupación y amor que irradiaba hacia mi. Desde entonces, siempre he sido una super fan de las orcas. Crecí con los viajes ocasionales para observar mamíferos marinos en el estado de Washington, en donde observar orcas era la norma. De ahí, me mudé a Florida,en donde los manatíes reinan como los mamíferos marinos más carismáticos del mar. Y no fue sino hasta que me mudé a San Diego que realmente obtuve mi dosis de avistamiento de ballenas.

Mi viaje más reciente fue a finales de enero. La temperatura se mantuvo en un máximo de 70 grados y el sol brillaba intensamente en lo alto: un día perfecto en San Diego. Al abordar, el capitán nos informó que el mar estaba inusualmente en calma y que parecía un cristal. Mientras navegamos fuera de la bahía, los cormoranes entraban y salían del agua y las gaviotas volaban en círculos. Antes de ver ballenas, el barco fue recibido por una gran manada de delfines en busca de diversión. El grupo se turnaba para nadar al frente de nosotros, fueron al menos 30 minutos en los cuales ellos parecían disfrutar cada momento que pasaba saltando y girando bajo el agua. ¡Entonces, finalmente, se avistó un soplo! ¡Y otro! Dos ballenas grises adultas nadaron lentamente cerca de nosotros, sin preocuparse de que fueran a llegar tarde a sus zonas de reproducción.

Esa experiencia es una descripción bastante típica de la observación de ballenas en San Diego. Y, sin embargo, cada año, la presencia de las ballenas se siente como un regalo. Eso no es porque los avistamientos sean raros: más de 20,000 ballenas grises migran más allá de San Diego en su camino a Baja cada año. Para mí, es más una expresión de armonía y equilibrio dentro del océano, algo que trato de no dar por sentado. Después de todo, son los ciclos del océano los que establecen esta migración. Las ballenas grises comen hasta llenarse en el Ártico, donde abunda el plancton, y migran hacia las aguas más cálidas y seguras de Baja California para reproducirse y escoltar de manera segura a sus crías de regreso a donde pueden darse un festín y aprender todos los secretos de la ballena gris.

Décadas después de ese encuentro con la orca, todavía me llena de asombro estar en presencia de mamíferos marinos. Y tal vez eso es lo que hace que las estaciones cambiantes sean tan mágicas para mí. Al contrario de lo que muchos afirman, no faltan señales de que las estaciones están cambiando en San Diego. La próxima vez que veas una calabaza en la tienda de abarrotes, espero que ahora pienses, “ya vienen las ballenas”.

Continuará…

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